Es cierto, el aceite de oliva también se congela. Como cualquier otro
producto natural, sometido a determinadas temperaturas se congela. Y,
por ello, no pierde ninguna de sus propiedades, ni cualidades
gastronómicas. Para recuperar su estado líquido normal, sólo es
necesario aumentar la temperatura. Así de sencillo.
Sin embargo, lo que suele preocupar a muchos consumidores y les
hace preguntarse si el aceite será de buena calidad, si se ha
estropeado, etc., es la forma y el aspecto que éste cobra cuando se
congela.
En efecto, en esta época, en la que precisamente continúa la recogida
de la aceituna, que empezó en octubre, y en la que el frío se
manifiesta con toda su crudeza con temperaturas bajo cero, el aceite de
oliva embotellado que guardamos en almacenes, despensas, e incluso en
compartimentos exteriores, nos sorprende porque presenta unas bolitas
como de cera, de un color verde claro, que se van posando en el fondo de
la botella y flotan dentro de ella.
Esta especial forma de congelación responde a un proceso físico que
tiene que ver con las diferentes sustancias que componen el aceite. Lo
que provoca que su paso a sólido no sea homogéneo, como ocurre por
ejemplo con otros líquidos.
Para explicarlo de forma sencilla, haremos la comparativa entre el
agua y el aceite. La primera, si es potable, está compuesta por un único
tipo de moléculas, las denominadas H2O. Cuando la temperatura baja a
0ºC, todas estas moléculas van ralentizando su constante movimiento,
hasta detenerse y formar un bloque sólido.
Sin embargo, con el aceite no pasa lo mismo. ¿Por qué? Porque no
todas sus moléculas son iguales y cada una de ellas tiene una
temperatura diferente de congelación.
Y aquí interviene la particular composición química del aceite de
oliva. La molécula básica del aceite es el triglicérido, pero no todos
son iguales. Los triglicéridos son moléculas complejas, con un núcleo
procedente de una molécula de glicerina, que está unida a tres moléculas
de ácidos grasos. Así que, dependiendo del ácido graso y del tipo de
unión al núcleo, cada triglicérido se congelará a una temperatura u
otra, que puede ir desde los 0º o menos, hasta los 23º.
Como el aceite de oliva está formado en gran parte por ácido oleico,
la temperatura a la que comienza a espesarse se produce por debajo de
los 5,5ºC. Sin embargo, las bolitas o grumos más claros se pueden
apreciar ya, a temperaturas inferiores a los 20ºC, por esa diferencia
que existe entre los tipos de triglicéridos.
Así que, aunque el aspecto pueda resultarnos extraño, la complejidad
química del aceite de oliva hace que reaccione de esta manera a los
cambios de temperatura, como sustancia natural que es, procedente del
zumo de la aceituna.
En cualquier caso, cuando queramos recuperar el estado normal del
aceite, el procedimiento es muy simple. Basta con que subamos la
temperatura a 20ºC o más. De esta manera, el aceite volverá a su
densidad y colores habituales. Siempre, teniendo en cuenta que se debe
evitar un calor excesivo, como ocurre con la mayoría de los alimentos, y
la luz directa, para que las condiciones de conservación del aceite de
oliva sean óptimas.
Y, es necesario recalcar que estos cambios no afectan en absoluto al
sabor, valor gastronómico, ni al largo listado de propiedades que hacen
del aceite de oliva uno de los pilares básicos de una dieta sana, por
su valor como energía cardiosaludable y el aporte de vitaminas
beneficiosas para nuestra salud.
Fuente:agroinformacion.com
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