La tiranía del aceite de oliva lleva años gestándose. En 1989 el diario New York Times se hizo eco de la incipiente llegada de este producto a los sartenes hogareños. De hecho, en aquel entonces, era un producto tan raro, que en el artículo se explicaba desde cómo usarlo en alimentos y preparaciones hasta cómo almacenarlo (¡no en la heladera!).
Gracias
a investigaciones científicas vinculadas a la industria del aceite de
oliva y a una fuerte estrategia de marketing, 25 años después el consumo
de este producto se ha cuadruplicado en Estados Unidos.
Pocas
cosas catapultaron el consumo de aceite de oliva como el impulso
furioso propiciado en la década de 1990 por Oldways. Esta organización
sin fines de lucro trabajó junto con científicos, nutricionistas y
especialistas de la salud de renombre de distintas partes del mundo para
promocionar los beneficios de la dieta mediterránea, en la cual el
aceite de oliva es un componente clave.
Oldways fue fundado en 1990 luego de que su fundador, K. Dun Gifford, volvió de
un viaje a Italia. La organización consiguió financiación de compañías
alimentarias, iniciativas de salud y organizaciones internacionales,
como el Consejo Oleícola Internacional y el Comité de Promoción de
Aceite de Oliva de Turquía.
"Eran muy buenos en
conseguir publicidad", dijo Marion Nestle, profesora de nutrición y
estudios alimentarios en la Universidad de Nueva York. Nestle sabe de lo
que habla. A principios de la década de 1990 fue parte de los
consejeros de Oldways. Ya lleva años afuera de la organización, pero
otros científicos respetados continúan, como Walter Willett, uno de los
nutricionistas más reconocidos de Estados Unidos.
"Existían
muchas evidencias de que el aceite de oliva era saludable y bueno para
el organismo", dijo Nestle. "Oldways invirtió un enorme esfuerzo en
asegurar que las investigaciones continuaran y que la gente se enterara
de sus beneficios".
La cuestión con esa
publicidad es que a menudo funciona. Especialmente cuando los vientos de
la salud están de tu lado. Un estudio publicado el año pasado por la
Universidad de California descubrió que el marketing ha sido y es
probable que siga siendo el motor que impulsa la popularidad del aceite
de oliva.
¿Y la manteca?
La
verdad es que los beneficios del aceite de oliva son innegables. A
nivel científico hay consenso sobre los beneficios de usarlo. Es un
producto libre de colesterol y rico en grasas monoinsaturadas, que
además es parte esencial de una de las dietas más saludables del
planeta. Hasta el gobierno de Estados Unidos está de acuerdo: la
mediterránea es una de las tres dietas que oficialmente recomienda
seguir.
Pero esto no convierte a la manteca en un enemigo público, como muchos creen.
Un
estudio publicado el año pasado en los Anales de Medicina
Internacional, que involucró un metanálisis de 75 trabajos diferentes,
sugiere que no existe evidencia convincente de que las grasas saturadas
(que tiene la manteca pero el aceite de oliva, no) incrementen los
riesgos de padecer enfermedades cardíacas. "Puede volver a comer manteca
tranquilo", publicó entonces el New York Times.
Y algunos lo han hecho. El lípido ha disfrutado de un resurgir, especialmente en comparación con la margarina.
Sin embargo, el aceite de oliva todavía proyecta una sombra en las decisiones alimentarias, provocando
que
la gente descarte la manteca siempre que pueda o haciéndola sentir
culpable cuando no logra evitarla. Pues no debería sentirse así.
"¿El
aceite de oliva es mejor para su salud? Sí, probablemente", dijo
Nestle, a lo que agregó: "Pero, ¿eso quiere decir que no debería comer
manteca? No, por supuesto que no. La manteca está bien siempre que no
abuse".
Mediterránea
La
dieta mediterránea proviene de países como España, Italia y Grecia.
Consiste en el consumo abundante de vegetales, frutas, frutos secos,
cereales integrales y aceite de oliva. También incluye pescado y, en
menor cantidad, pollo y carne roja, restringiendo las grasas animales en
general. En 2010 esta cocina tradicional saludable fue declarada
patrimonio inmaterial de la humanidad por Unesco.
Fuente:The Washington Post
Fuente:The Washington Post
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