El escritor Jesús Sánchez Adalid ensalsó esta semana en Badajoz la apasionante vida de Inés Muñoz, la cuñada de Francisco Pizarro, que se embarcó en el viaje a la conquista de Perú
La Historia suele
ser ingrata con esos personajes secundarios cuyas hazañas quedan
ensombrecidas por las gestas de los grandes protagonistas. Le ocurrió a
muchos extremeños que se aventuraron en el descubrimiento y colonización
del nuevo mundo junto a los conquistadores de relumbrón.
El escritor Jesús Sánchez Adalid,
defensor a ultranza de la novela histórica, es uno uno de los
extremeños empeñados en bucear en la vida de quienes se aventuraron a lo
desconocido en los primeros viajes a América.
En sus relatos y conferencias ensalza con entusiasmo los logros y
peripecias de aquellos extremeños maltratados por la historiografía,
hasta el punto de ser "auténticos desconocidos en sus pueblos natales",
que a veces ni siquiera les han dedicado una calle por pura ignorancia.
El autor de 'El Mozárabe' y 'El Cautivo' abrió esta semana en las Casas Consistoriales de Badajoz el ciclo de conferencias Aula Iberoamérica, organizado por la Universidad de Extremadura y el centro de estudios iberoamericanos CEXECI.
Bajo el título 'Extremeños en el Nuevo Mundo',
el escritor y sacerdote aprovechó este foro para arrojar algo de luz
sobre personajes destacados de la presencia extremeña al otro lado del
océano. "Hemos olvidado lo obvio, como que en las tres carabelas de
Colón viajaban muchos extremeños".
La historia de doña Inés Muñoz, cuñada de Francisco Pizarro,
es una de las más interesantes de cuantas reseñó Sánchez Adaliz en su
conferencia. Esta mujer "formó parte del contingente de rudos hombres"
que viajaron junto a Francisco Pizarro" al país de los incas, recuerda
el escritor peruano Rómulo Cúneo-Vidal en un texto sobre la extremeña con base en el Diccionario Histórico Geográfico de Manuel de Mendiburu.
La extremeña, que llegó a Cajamarca en 1532, ha pasado a la historia
por haber llevado a Perú la primera simiente de trigo y plantones de
olivo al nuevo mundo, erigiéndose en una especie de Ceres peruana.
Casada con Martín de Alcántara,
hermano de madre del conquistador trujillano, se embarcó entre hombres
rumbo a las indias occidentales. La alcantarina demostró grandes
conocimientos agrónomos y logísticos, pues junto a su marido formaría
uno de los hogares más opulentos de Perú. Además de sus aportaciones a
la alimentación de los habitantes del Nuevo Mundo,
fundó Inés un obraje de tejer lanas, en el distrito de Jauja -cuyos
excesos dieron fama a este lugar más allá de sus fronteras-contribuyendo
así a una incipiente industria textil.
Uno de los episodios más dolorosos sufridos allende los mares por
doña Inés fue la trágica muerte de su esposo y su cuñado. Las crónicas
cuentan que Pizarro cenaba en casa de sus cuñados cuando un clérigo
acudió para avisarles de que al día siguiente alguien atentaría contra
su vida. Aviso que se cumplió con trágica puntualidad por parte de los
partidarios del rival de Pizarro Diego de Almagro.
Una vez muertos los dos hermanos, Inés dio muestras de entereza
haciéndose cargo de los cadáveres, dando apresurada sepultada a los
cuerpos ayudada de un español, un indio y un esclavo negro, en el patio
de los naranjos de la iglesia mayor en construcción.
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