En este artículo, publicado en la edición de febrero de Europa Agraria, la autora reflexiona sobre la polémica surgida en relación a la conveniencia del Panel Test en el acetie de oliva, y presuntos fraudes del sector del aceite.
Dar luz a la penumbra se nos antoja imposible; pero vamos a intentarlo porque, al final, las cosas son más simples de lo que parecen.
De la misma manera que el sol nos alumbra y calienta, hoy por hoy, revisar y modificar sustancialmente la tipología y nomenclatura del aceite de oliva es una obligación para los que tienen en sus manos las decisiones normativas y las rubrican.
Este cambio debe hacerse sin más dilación, con el consenso de todas las partes implicadas, pero con la idea firme de dar valor al que intrínsecamente lo tiene y dejar los conceptos claros y meridianos a quien realiza la cesta de la compra. El consumidor es el mejor juez; pero debe ser un consumidor informado con un mensaje claro: sin matices ni letra pequeña. Un mensaje que diga que si compra aceite de oliva es eso: zumo de aceituna sin más añadido ni más procedimiento (por muy inocuos y legales que sean todos, que lo son).
Y, ahora, un ejemplo: si voy a comprar un bolso de Louis Vuitton sé de antemano que tiene un valor, una calidad, una exclusividad y un precio. El mencionado bolso o bien lo compro en cualquier red autorizada para su venta o bien a un sufrido subsahariano que sobrevive como puede en cualquier esquina. Como consumidor puedo optar por las dos opciones y, como consumidor, también sé de antemano qué estoy comprando. Las diferencias de precio entre uno y otro son abismales; y también la calidad que les separa es de vértigo. En la acción de compra que realizo, sea cual sea la que elija, (sin entrar en otro tipo de consideraciones morales), sé que bolso me llevo debajo del brazo, y al final, seré un cliente satisfecho porque mis expectativas de compra se han cumplido.
Pues con el aceite de oliva igual, pero al contrario. Nos explicamos: el gran consumidor del oro líquido (no la élite ilustrada) cree que lo que compra es zumo de aceituna y que éste casi se obtiene como si se exprimiera una naranja. No entiende de nomenclaturas y cree, sin ningún género de dudas, que lo que tiene en su carrito es aceite de oliva, tal cual, y sin más. Lo de aceite de oliva virgen extra, aceite de oliva virgen, y aceite de oliva... no lo percibe y además no sabe las diferencias. Sólo interioriza —y en eso sí se ha hecho un esfuerzo extraordinario por todos los eslabones de la cadena— que esta grasa vegetal va unida a unos conceptos como: salud, buena gastronomía, cultura, tradición...
Estos ejemplos que exponemos pueden parecer nimios pero son la pura realidad y el verdadero quid de la cuestión.
Así, el fraude, esa hidra de siete cabezas que cuando se nombra descompone y cambia la cara a muchos, hay que ponerlo sobre la mesa, denunciarlo, explicarlo y, sobre todo, poner medidas para que no pase más (entre ellas el cambio de nomenclatura anteriormente mencionado y las definiciones que le acompañen y así conseguir que las características físico-químicas estén más cerca de las organolépticas).
Ese cierre de filas para el silencio no nos gusta; nos parece insano y además una postura que sólo favorece a los tramposos.
Daña a la inteligencia el ejercicio de hipocresía que hace parte del sector aparándose en que si se le da altavoz a las irregularidades se rompe ''la garantía jurídica de las empresas'' y no se defienden los intereses del consumidor. Piden, además, que no se utilice la palabra ''fraude'' por las terribles consecuencias que origina.
Entonces, ¿que le llamamos?: ¿mentirijillas sin importancia?; ¿travesuras?; ¿despistes?; ¿etiquetas olvidadizas? Matemos al mensajero y mandémosle una carta a la ministra que diga que los ''problemas referidos surgen como consecuencia de la subjetividad de método''.
De nota. Desde 1991 está este reglamento en funcionamiento y el Panel Test, que es el que califica los vírgenes extras de los que no lo son. ¿Por qué han tenido que pasar veinte años para que se ponga en entredicho ''oficialmente'' este método? No sabemos la respuesta pero quizás tenga mucho que ver los controles más severos y continuos que están llevando las administraciones competentes.
El método organoléptico, que tiene algunos puntos que corregir —como, por ejemplo, deber realizar la toma de muestras en la envasadora de forma previa a la salida para su comercialización-—es, hoy por hoy, el único y más fiable sistema para captar, catalogar y descubrir el sabor, el olor y los matices de uno de productos más emblemáticos de nuestra tierra. Eso no hay máquina que lo haga.
Por ello, el que mete en la botella una cosa y en la etiqueta dice que hay otra; el que exporta a granel y manda algunas mentiras mezcladas con aceite de oliva virgen, y el que utiliza la desodorización para convertir un lampante en virgen extra es el que tiene que estar preocupado.
El resto, la gran mayoría, los que cumplen las normas establecidas a rajatabla deben seguir trabajando con la misma profesionalidad que hasta ahora. Esa es su mejor tarjeta de visita y no otra.
Apostamos porque se siga dignificando el fruto de nuestros olivos y porque el Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, de la mano de las comunidades, sobre todo la andaluza, sea valiente y dé pasos que son urgentes y muy necesarios para la salud y el prestigio de todo el sector.
Todos los aceites tienen cabida en el mercado y todos son saludables; pero el precio y la calidad de unos y otros no puede ser el mismo. El ''café para todos'' no es el mejor sistema para competir. El consumidor debe tener toda esta información y actuar en consecuencia. La libre competencia hace el resto.
Fuente:diariodigitalagrario.net
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